http://www.youtube.com/watch?v=9hEOoLg3kRY





Los costeños guayacanes
florecían una vez al año, tras las primeras lluvias en enero; el cambio
climático ha alterado este natural rito ligado al celo de algunos
animales que, como las cabras, pastan en el lugar donde estos magníficos
árboles abundan. Florecen durante 5 días; la reserva de 42 000
hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la provincia de Loja, se
viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire envuelve, las
campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de manto. En
pocos días volverán a reverdecer.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/alexandra_kennedy-troya/Alexandra_Kennedy_0_861513917.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com
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Los guayacanes florecen
Tiempo de lectura: 3' 9'' No. de palabras: 500
Alexandra Kennedy Jueves 07/02/2013
Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
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Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
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historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
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lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
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provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
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Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
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historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
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Puerto Jelí.
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Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
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Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
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Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
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año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección: http://www.elcomercio.com/alexandra_kennedy-troya/Alexandra_Kennedy_0_861513917.html. Si está pensando en hacer uso del mismo, por favor, cite la fuente y haga un enlace hacia la nota original de donde usted ha tomado este contenido. ElComercio.com
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Los guayacanes florecen
Tiempo de lectura: 3' 9'' No. de palabras: 500
Alexandra Kennedy Jueves 07/02/2013
Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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Los guayacanes florecen
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Alexandra Kennedy Jueves 07/02/2013
Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
ligado al celo de algunos animales que, como las cabras, pastan en el
lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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Los costeños guayacanes florecían una vez al año, tras las primeras
lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
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lugar donde estos magníficos árboles abundan. Florecen durante 5 días;
la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
envuelve, las campanolas amarillas caen lentamente en espiral, a modo de
manto. En pocos días volverán a reverdecer.
Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
un solo hotel pequeño. Han preparado el dulce de ciruelos, los quesos de
leche de cabra, el chivo al hueco, las monturas de mula… Listos para
recibir al Ministro de Turismo y su comitiva por primera vez en su
historia, para abrir paso a los jinetes de Cuenca y otros lugares, y sus
caballos de paso que llegan desde Bolaspamba haciendo cabriolas y
requiebros, para bailar con la Reina y los concejales.
Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
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Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes.
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lluvias en enero; el cambio climático ha alterado este natural rito
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la reserva de 42 000 hectáreas situada en el cantón Zapotillo de la
provincia de Loja, se viste de un amarillo intenso, abrumador. El aire
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Llegamos a Mangahurco, un pequeño poblado palta de 500 habitantes al
suroeste, a 5 kilómetros de la frontera con Perú. Se llaman a sí mismos
fronterizos; viven la dulce vida de los olvidados, de quienes relegados
históricamente piden una visita de las autoridades, apoyo para mejorar
las carreteras, para ingresar al circuito turístico del país, para
sentirse parte de un país centralista. Llegamos a festejar con los
habitantes que nos acogen en sus casas con sencillez y generosidad. Hay
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Los peores años fueron a partir de 1968, recuerda el maestro Rómulo
Aponte, verdadero cruzado para que no se talen los bosques de guayacanes
que empezaron a perderse en la voracidad de la demanda desde el Perú.
Fueron unos cinco años en que se perdió alrededor de un 50% del bosque;
grandes troncos viajaban para convertirse en muebles de madera fina.
Poco después, detenido el comercio con el vecino país, se autorizó poner
una fábrica de muebles en la misma provincia de Loja que permaneció en
pie pocos años. Se ha detenido en buena parte la tala, los habitantes
viven precariamente de la agricultura y han puesto sus esperanzas en el
turismo, en el arreglo superficial de sus patrimoniales casas.
Existe interés por parte del Gobierno. Sin embargo, es imprescindible
crear circuitos que ofrezcan una diversidad de productos a lo largo del
año que integren las poblaciones pesqueras de El Oro y las interioranas
de Loja. Ahora en que el turista se aleja de las grandes y degradadas
metrópolis, en que busca la frescura del turismo rural y el contacto con
sus habitantes, es hora de planificar un turismo integrado y cuidadoso
amén de concluir la obra caminera en esta región.
El paseo termina con los “baños del Inca” un impresionante complejo
pétreo natural, el bosque petrificado del Puyango y las delicias en
Puerto Jelí.
En nuestros ojos vibra aún el intenso amarillo de los guayacanes
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ta bien ...
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